Habían salido, Yaldrin había conseguido vencer la protección de la torre. Estaban vivos y sin embargo la expresión de sus caras no decía eso. Atrás habían quedado buenos amigos. Compañeros de aventuras, fatigas y alegrías... Pero sobre todo había quedado Leira. Su amor no confesado hizo que Morpeth se sintiera aún más dolido y un poco estúpido. Ya no habría solución. Miró a su compañero buscando... algo, pero éste yacía exhausto e inmóvil sobré sobre una improvisada cama de guijarros, su dolor sería solo para él. Solo le dio tiempo a reconocer que estaban fuera de la torre, entre las paredes de lo que antes pudo ser una vivienda de piedra. El dolor le hizo acurrucarse penosamente sobre Yaldrin. Todo se volvió oscuro.
Allí quedaron los dos aventureros, malheridos, hambrientos, perdidos, sin fuerzas, lo único que podrían hacer era descansar. Al cabo de unas horas Morpeth descansaba apoyado en los restos de una vieja pared, con los ojos entreabiertos como queriendo montar guardia. Yaldrin seguía dormido, la herida de su costado lo había dejado al borde de la muerte, pero a pesar de todo se arriesgó a costa de su propia vida para salvarle. Sin duda el vínculo entre ellos era más de lo que parecía. El mago y el alquimista, protagonistas de innumerables discusiones, compartían más que nunca el mismo destino. En el horizonte algo hizo que el gnomo abriera los ojos de par en par. Un destello en el cielo y una estela que descendía a tierra. Lo que fuera aquello cayó cerca. Su innata curiosidad le llevó a despertar a Yaldrin. Iban casi sin conjuros, aunque el alquimista aún disponía de una buena colección de potingues. Unos minutos después llegaron a un lugar cerca de la torre y lo que vieron los dejó perplejos: un ma
No hay comentarios:
Publicar un comentario